Decir que los sentimientos pertenecen a uno mismo es una perogrullada. Pero, más allá de lo que sentimos y experimentamos, existe un vínculo de refrendo o de restricción que forma parte de ese sentimiento y está directamente relacionado con la comunicación. Existen sentimientos y sensaciones que no pueden realizarse completamente si no son comunicados, compartidos. Parecen incompletos si no son así. Es precisa la proyección en otra persona o en un grupo para poder disfrutar o sentir plenamente de esa sensación interna.
Sin embargo existen toda una serie de barreras que formamos y se forman alrededor de algunos de estos sentimientos y sensaciones que flanquean, delimitan y modifican nuestra percepción. Aun cuando, en algunos casos, es precisa la complicidad de otra u otras personas para alcanzar dicha plenitud, nos encontramos en muchas ocasiones con obstáculos. Y éstos pueden ser internos, sociales y externos.
Las trabas internas nos las planteamos nosotros mismos, bien por la inseguridad de dicha sensación, bien por la falta de necesidad de comunicarla, bien por la carencia de un entorno adecuado para compartir.
Los obstáculos sociales son aquéllos que, debido a características sociales, rituales grupales o de pertenencia a un entorno, nosotros mismos encubrimos o solapamos, de manera que consideramos que no son adecuados para ser compartidos, aun cuando nos encontremos plenamente seguros y convencidos de los mismos. Normalmente actuamos en silencio y procuramos que pasen inadvertidos, aun cuando sería preciso encontrar un punto de encuentro imposible, por condicionantes meramente sociales.
Existe un tecer grupo de sensaciones que entendemos deben definitivamente quedar para uno mismo, ya que no son de aplicación al entorno, ya que éste lo rechazaría por cuestión de tradición, convicciones o mitos.
¿Dónde quedan unos u otros? ¿Cuál es el límite que debemos marcarnos? Normalmente la hipocresía social, a cualquier nivel, es un buen referente para seguir una pauta de comportamiento adecuada. Pero, ¿para quién? Evidentemente para el grupo y el entorno. De esta manera no somos conflictivos y podemos, incluso, a ser el referente de dicho comportamiento. Sin embargo, ¿cómo reaccionamos en estos casos? Normalmente nos planteamos una contradicción interna en la que, si rompemos la barrera, nos salimos del paradigma de la normalidad y dejamos de actuar conforme a las pautas marcadas o esperadas.
¿Merece la pena el riesgo? La respuesta siempre estará en lo que se pretende lograr, no en lo que se logra. Todos hemos tenido ocasiones en las que hemos necesitado ser un poco trangresores para alcanzar ciertas metas. En el caso de los sentimientos y las sensaciones, puede ser tan importante sentir como compartir el sentimiento, sea cual sea la razón que subyazca detrás. Pero, también existen otras ocasiones en las que la vía superior de nuestro cerebro nos hace plenamente conscientes del fracaso de la propuesta de nuestra vía inferior y, en esos momentos, quizá, pueda ser mejor quedarse con la esperanza y la ilusión que la vía inferior nos evoca internamente y no compartirla, pues los condicionantes - sociales, grupales o rituales -, nos orientan hacia la intuición del fracaso.
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