En los últimos tiempos estamos oyendo a mucha gente que utiliza las palabras Paz y Libertad con demasiada alegría y con cierto desahogo. Son dos términos que representan dos de los valores más seguros de un sistema democrático. Pero, como en casi todos los casos, uno no puede darse sin el otro y el otro tampoco puede aparecer sin el primero.
No me cansaré de reconocer que la Libertad, con mayúsculas, es el mayor valor que puede llegar a sentir una persona. Y digo sentir ya que, pese a lo que pueda parecer, es el individuo quien, en último término, tiene que percibirla. Si no se percibe la libertad, será poruqe no se tiene. Pero no es necesario tenerla para percibirla. El poder del individuo va más allá de las alambradas - físicas o mentales -, que puedan constreñirle. Sin embargo, una libertad inducida (es decir, ficticia), es la peor de las represiones.
Pero resulta imposible sentir, creer, vivir la libertad si no hay Paz. Éste es un valor supremo también y, me atrevería a decir, que resulta indispensable para llegar a alcanzar el anterior. Si no hay paz, si no encontramos un espacio en el que la violencia - cualquier tipo de violencia -, predomina, nunca podremos alcanzar la libertad. Es por eso que, tengo la sensación, muchos políticos y muchos alquimistas de la falacia intercambian el uso de ambos términos y los predisponen interesadamente en desorden. Los dos términos son básicos en un sistema democrático de convivencia. Pero, sin PAZ, no hay LIBERTAD. Una vez qe lleguemos a la primera podremos empezar a edificar el edificio de la segunda. La paz es muy complicada, pero es condición indispensable para comenzar a crear un entorno de libertad. Los que se llenan la boca de libertad por encima de la paz no son sino unos simples manipuladores de voluntades que aspiran a coartar la libertad imponiendo lo opuesto a la paz.
Nunca lo había razonado así, pero es una verdad incuestionable.
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