14 de abril de 2007

El mundo de ayer

Stefan Zweig fue un escritor de origen vienés que acabó con su vida en Londres, en 1942, cuando el destino de Europa estaba jugándose en una sangría bélica.Escribió distintas obras de teatro, sobre todo en su juventud, así como una large serie de obras de ficción y ensayos. En su escritorio se encontraba el manuscrito de la que sería su obra póstuma El Mundo de Ayer, que puede considerarse como una autobiografía que nos relata su paso por la época histórica en la que vivió.
Sin embargo, seríamos muy necios si nos limitásemos a describir la obra como si fuera el relato de su vida. Más aún, las referencias espacio-temporales que hilan la narración no son sino el decorado donde se representa la obra de sus pensamientos, inquietudes e intereses. Las referencias personales enlazan a sus sensaciones internas y el relato se configura en torno a ellas, dejando atrás y aparte todo lo que podría resultar vano y superficial. Podríamos afirmar que Zweig hizo un esfuerzo de recreación sensorial de su vida y de su aguda observación del entorno. Su contínua reconfirguración de éste es la que nos permite leer una obra cuyo contenido sigue estando, más de 60 años después, plenamente vigente. La idea de una Europa unida como una sola, respetando las peculiaridades de cada zona, la unión intelectual del ser humano en un estadio superior al de las simples barreras territoriales continúa siendo hoy una aspiración para muchos.
Asimismo la obra nos permite encontrar muchas de las claves por las que las ideas totalitarias se pueden asentar en un país, del daño que éstas pueden causar y de las nefastas consecuencias a las que puede empujar, como un multicolor juego de dominó cuyas piezas van cayendo una detrás de otra. La pulcritud del hilo narrativo nos muestra la desazón a la que el mundo se enfrentaba a comienzos de la década de los 40 del siglo pasado y cómo se articularon sentimientos de estirpe que habían permanecido, si no dormidos, sí aletargados, durante cientos de años, en clara referencia al origen judío de su familia y las consecuencias que el fascismo que nublaba el continente europeo desencadenó en quienes más lo padecieron.
Pero no es un libro de justificación o de repulsa. Muy al contrario, resalta cómo fue posible que, en un grupo humano cuyos miembros solo tenían en común una creencia religiosa, se crearan, por mor de la humillación y la estigmatización, una serie de sentimientos de pertenencia, de solidaridad y de estirpe que despertaron para la búsqueda de unos principios terrenales a los que el tiempo había enterrado durante centenares de años.
Mi más entusiasta recomendación del libro de Editorial Acantilado como método de introspección sensorial individual. O, sencillamente, como una obra que se lee con sumo placer.

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