Las cifras de lectura en España son preocupantes. No son los más de 70.000 títulos nuevos o reeditados que se publican al año, sino las más que notables carencias que se manifiestan en informes, como el do competencia lectora PIRLS o el muchas veces aquí mencionado Informe PISA.
Resulta paradójico, pero triste. Cada vez se lee menos. Y cada vez se lee peor. Y eso manifiesta un largo y continuo empobrecimiento de la lengua. Nuestros estudiantes leen poco; los errores gramaticales y ortográficos están a la orden del día. El uso y abuso de muletillas y expresiones reduce todavía más el léxico habitual. Y esto no viene de hoy. Este empobrecimiento es generalizado desde la desastrosa malinterpretación que los docentes realizaron de las directrices de la LOGSE. Son varias las generaciones que cada vez hablan y escriben peor. Sobre todo porque el nivel de lectura en este país, pese a la cifra anual de títulos publicados, es muy baja, ínfima.
Hoy en día es muy complicado encontrar un texto escrito por alguien entre los 16 y los 30 años que no incluya clamorosas faltas ortográficas y muestre una notable pobreza léxica. A esto tendríamos que añadir el deterioro de la capacidad comprensiva, que va en paralelo con la disminución del ejercicio de la lectura. Los medios de comunicación contribuyen también bastante a este desolador panorama, en particular la radio y la televisión – la prensa en mucha menor medida, ya que, lógicamente, hay que LEERLA y esto ya supone un obstáculo más en su difusión.
Aunque las tiradas de cada edición de cada título suelen rondar entre las cuatro y las seis mil unidades es muy improbable que se vendan más del 30% de cada una. Y de ese porcentaje deberemos excluir quienes hacen la compra y luego no leen el ejemplar. Así quizá podremos comenzar a entender lo que nos pasa. No leemos. Al menos, no leemos lo suficiente. Y, lo que resulta más sangrante, no se incentiva la lectura en las edades más tempranas, en los periodos de aprendizaje.
En un panorama cada vez más inculto, cada vez peor formado, nos tenemos que preguntar cuántos quedan, quién realmente lee.
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