3 de diciembre de 2009

¿De quién es internet?

Llevaba 2008 poco tiempo entre nosotros cuando mantuve una conversación con un buen amigo, experto en el mundo de la programación informática, y, aun cuando mis conocimientos en la materia están a años luz de los suyos, recuerdo que convinimos en acordar que, con la Web 2.0, estábamos disfrutando del último momento de libertad sin límites en la red. Desgraciadamente, el tiempo, ese juez inapelable que pone a cada uno en su sitio (como decía un gran periodista radiofónico), nos está dando la razón.

Recuerdo que en aquella conversación nos planteábamos Internet como un monte libre, sin, prácticamente, ningún modo de acotamiento. Pero también veíamos en la lejanía (quizá no era tanta la distancia) que surgirían los intereses creados de “los poderosos” que harían que todo el terreno que entonces estaba a nuestra disposición se convertiría en un estrecho paso entre lindes de propiedad.

Aventurábamos en aquella conversación contenidos de micro-pagos en los sitios más populares e intuíamos que los sitios gratuitos serían de desconfianza, tanto técnica como de contenido. Nos temíamos que la llamada web semántica nos aportaría las limitaciones de nuestro bolsillo y que, quien más tuviera, a más sitios podría acceder. Es decir, cuanto más puedes pagar, en más sitios estás y más visibilidad tienes.
¿De quién es internet?

También nos atrevimos a elucubrar con la cuasi gratuidad del servicio de banda ancha. El negocio ya no estaría en el acceso a la red, sino en la utilización de la red, muchos miles de veces más rentable. En España todavía es un privilegio poder pagar por el acceso, pero la semi-gratuidad del acceso universal será realidad a no mucho tardar. ¿A cambio de qué? Sencillo; como ya he comentado antes, veíamos ya aquel día muchos sites de micro-pago.

Esa agradable conversación, con visos de ciencia-ficción, era seguida con bastante perplejidad por una amiga común, quien nos calificó de agoreros y tremendistas, siempre dentro del tono distendido y de amistad en el que nos encontrábamos.

Pero, mira por dónde, aquellos nubarrones que solo estaban presentes en nuestras mentes se divisan con meridiana claridad en tiempos muy recientes. Y solo voy a poner tres ejemplos.
En Francia, con mucho revuelo y más reacción, se aprobó el pasado verano la ley llamada Hadopi, que, básicamente es una ley que favorece la protección a los contenidos de Internet y que pretendía la imposición de sanciones a usuarios que fueran acusados de violar la ley, por encima de la postrera decisión judicial. Al final el Estado francés tuvo que retroceder ante la presión del poder judicial. Pero ahí está.
No hace más de tres meses que el magnate de la comunicación Rupert Murdoch, a quien muchos visionarios de vía estrecha querían ver como el salvador de Digital +, anunció que los contenidos de sus periódicos serían de pago. Entre el revuelo y la hilaridad de mucho descreído The Sunday Times ya es de pago. Hace poco más de dos semanas anunció un acuerdo de exclusividad de los enlaces de sus medios con el buscador Bing de Microsoft. Era la primera puntilla a, por ejemplo, Google News. Ayer los chicos del buscador más popular anunciaron una limitación en el número de clics por noticia.



Y, ¡cómo no mentarlo!, el intento del Gobierno de España en acotar el acceso a los contenidos en la red y tratando de salvaguardar una dudosa propiedad intelectual de contenidos. En poco más de doce horas, el buscador de Google registró más de tres mil entradas que publicaban el Manifiesto en Defensa de los Derechos Fundamentales en Internet. Sin decir nada, de solapillo, a través del proyecto de la Ley de Economía Sostenible el Gobierno de España pretende proteger unos derechos dudosamente adquiridos por estructuras económicas que no han sido capaces de evolucionar con los tiempos y siguen tratando de mantener contra viento y marea un sistema de derechos caduco e inerte. Las redes sociales, Twitter y la participación ciudadana han dado plena y rápida respuesta a ese invento. ZP se ha retratado. De momento es un proyecto, un intento. No será el único. No será el último.

Hace poco más de año y medio de aquella conversación. Desgraciadamente, hoy, más que nunca, tiene plena vigencia.

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