Por aquel entonces, el Tour era todo suyo. Wiggins, el inglés anoréxico que había empezado a subir como un grande, había sucumbido a los ataques alternativos de los hermanos luxemburgueses; Armstrong, que había peleado como un bravo por su segunda plaza en el podio, recuperaba fuerzas poco a poco para un acelerón final; y en compañía de los hermanos, peores contrarrelojistas, poca amenaza hoy, y su fiel Klöden, Contador no podía pedirle más a la vida. Un día magnífico, el sol, el amarillo... Y una idea.
Contador, joven, fuerte e inteligente, ama también el riesgo, lo que siempre es un lujo en una cosa como el Tour, pero que en los tiempos que corren, en un equipo que no es el suyo, lo que le amarga la existencia cotidiana -hoy anuncian el nuevo patrocinador de un proyecto en el que no entra el chico de Pinto, su director, Bruyneel, y Armstrong-, en el que su soledad le hace más vulnerable, es un lujo innecesario, asiático. Contador fue capaz de arriesgar, por puro placer, para ver hasta dónde llegaba, en la París-Niza pasada. Se desfondó, debió inclinar el cuello y someterse públicamente a las críticas de su compañero-rival y de su director que ya no lo será. De aquélla salió reforzado en su testarudez.
Ayer, su idea, su riesgo, se concretó en un gesto con las manos a Klöden en La Colombière. Voy a atacar, le dijo. Y luego se hizo pedalada brutal y el acostumbrado hueco a su espalda. Y luego, inesperadamente, se hizo plomo. Asombrado, Contador se volvió, buscó con la mirada, vio a los animosos frères que se acercaban a buen tren, no estaba Klöden, quien había sucumbido al cambio de ritmo. El cielo, el sol luminoso, las nubes altas, el azul puro, se hundió sobre su cabeza.
Su idea, aparte de innecesaria según los que manejan los cánones -adónde iba solo, para qué, si luego había un largo descenso-, se había demostrado catastrófica para aquel a quien más amaba en aquel momento, Klöden, el que le daba agua, el que le ayudaba hasta a quitarse el chubasquero, el que le ayudó a ganar el último Giro y no paró hasta agarrarse una pulmonía. A Klöden le engulló el orgulloso Armstrong, volvió a dejarle atrás de nuevo llegando al Grand Bornand. A Contador, solo e incomprendido, le tragó el semblante más sombrío el día que había casi sentenciado el Tour."
Pero la clave no estaba en el error de Contador en su ataque a los hermanos Schleck, sino en la reacción del heptacampeón de la ronda gala Lance Armstrong. Y, una vez más, los seguidores de Twitter pudimos saber de primera mano, antes de que los periodistas dejaran de especular, cuál había sido su reacción, por medio de sus mensajes y los re-envíos de sus mensajes (sintomático el re-envío de uno de su antiguo compañero de equipo Levi Lepheimer criticando sin ambages la acción de Contador y su posible repercusión en el resultado final de la competición).
Minuto a minuto íbamos sabiendo las reacciones del campeón norteamericano y las críticas hacia el corredor español. Hoy algunos medios como el francés Liberation o el español ABC se hacen eco de las reacciones twitteras del americano. Para muchos, ya es agua pasada, pues lo seguimos en directo a través de Twitter que, una vez más, se adelantó a todos los medios de comunicación convencionales.
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