Nuestros hijos siguen aprendiendo de la misma forma que lo hacían nuestros abuelos: repetir y memorizar. Se sigue dando más importancia a la memorización de datos que a la reflexión y la crítica de lo que se les propone. ¿No va siendo hora de que se potencie la reflexión y el análisis? El dato estadístico lo tendremos ya para siempre en Google. ¿Por qué insistir machaconamente en que repitan listados y fechas?
Deberíamos remontarnos a los tiempos de la II República y a la influencia de la Institución Libre de Enseñanza para poder encontrar algo parecido a lo que son hoy los sistemas educativos más avanzados, en Francia, Alemania, Finlandia o Corea del Sur. El retraso en la foma de impartir la docencia es endémico y tiene su origen, en buena parte, en la poca implicación del profesorado en la mejora de su docencia y en la incapacidad del sistema educativo (¿o debería decir de los 17 distintos sistemas educativos?) para optimizar el rendimiento de los estudiantes.
Resulta sorprendente que muchos centros cuenten con pizarras virtuales, que el docente utiliza el primer año y posterga durante los siguientes, y que los estudiantes sean, en muchos casos, incapaces de aprender a encender un ordenador. Y si lo encienden no es sino para jugar o chatear. Internet es una gran fuente de conocimiento, pero hay que enseñar a utilizarlo. Y hay que crear un espíritu crítico que ayude a discernir sobre qué página ofrece la información más adecuada a lo que estoy buscando. El papel del docente en el aula debe cambiar, como lo ha hecho en los países más avanzados. Ya no es una fuente de conocimiento, sino un facilitador de posibilidades para encontrar una información. Este debe ser el nuevo rol del docente, aunque para eso deba bajar de su poltrona e integrarse en el grupo de aprendientes en un nuevo y atractivo rol.
Pero este cambio exige la decisión de "cambiar el chip" por parte del docente. Ser un facilitador implica que los estudiantes deben aprender a buscar, a investigar y no a ser meros receptores de una serie de contenidos vertidos por el profesor, como sumo contendor de sabiduría. Y hay que enseñarles desde pequeños. Pese a lo que pudea parecer, este cambio beneficiaría enormemente el prestigio del docente en el aula. No hay crisis de valores entre nuestros jóvenes, sino que no estamos sabiendo incorporarnos a la realidad en la forma en la que lo hacen ellos. Lo que no se puede es seguir con lecciones magistrales dictadas por quien tiene el poder inquisitivo de la evaluación (y de la forma de evaluar hablaremos en otra entrada).
El mundo está girando cada vez más rápido. Y la forma de enseñar sigue anclada en clichés que se han probado hasta la saciedad ineficaces. ¿Sería posible crear un compromiso? Pero que no solo comprometa a los estudiantes.
OK. Soy docente y estoy totalmente de acuerdo con tu artículo.
ResponderEliminarMe gustaría que tu próximo artículo hablara del respeto, ¡qué bella palabra y que poco practicada!