22 de septiembre de 2007

El blues del otoño

Ya ha llegado el otoño. Aun cuando las temperaturas todavía se sostienen, particularmente viniendo de un verano no excesivamente caluroso, los días van acortándose y las primeras lluvias nos recuerdan, por si acaso todavía no habíamos tenido tiempo de recordarlo, que el verano se ha acabado y con él esa sensación de alegría, de luz, de energía, que, inevitablemente, se asocia con la época estival. Tras superar el trauma de la vuelta al trabajo ahora debemos enfrentarnos a la realidad estacional que, sin avisar, sin preaviso, como un visitante no deseado, se nos está acercando.
Mis queridos locólogos llaman la atención sobre esta pesadumbre que arrastra el otoño y nos alertan sobre el riesgo de sentirnos más sensibles a los cambios de humor y, probablemente, a ser más remisos a la hora de poner una sonrisa en nuestro día. Y es lo que tiene el otoño. Pero no debemos dejarnos llevar por él; ante todo, tenemos que tratar de mantener el espíritu positivo. No es fácil y nuestra actitud mental puede traicionarnos. La causa se encuentra en nosotros mismos y nuestro organismo: dependiendo de la luz solar existente, el cerebro envía órdenes a ciertas hormonas, sobre todo la melatonina, que se encargan de regular el sueño, la temperatura corporal o la sensación de hambre. La producción de la melatonina es mayor con la reducción de horas de luz, y a la vez disminuye la cantidad de serotonina, otra hormona que tiene que ver con el estado de ánimo. Pero, ¿qué hacer? ¿dejarnos llevar?
Evidentemente, la melatonina no se vende en el supermercado, pero se encuentra en él. Los expertos aconsejan cuidar particularmente nuestra alimentación en esta época del año, en la que nuestra temperatura corporal desciende y tendemos bien a ingerir alimentos con alto contenido calórico bien a descuidar nuestra dieta, lo que puede acentuar la sensación de ansiedad y desmotivación. Un buen desayuno por la mañana nos ayudará a sentirnos más fuertes delante de los retos cotidianos; la ingesta de alimentos ricos en hierro y de frutos secos nos ayudarán a combatir la anergia y la apatía.
Pero no es todo. Debemos tener una actitud positiva hacia nuestra rutina diaria. Es importante marcarnos metas cortas y alcanzables, que nos den una sensación de crecimiento, de logro. No importa que sean tareas regulares o repetitivas; lo importante es que lleguemos a sentir que las hemos superado, que hemos alcanzado el éxito en las mismas.
Y la luz. La carencia de luz solar debemos suplirla con la mejor iluminación posible. Debemos asegurarnos que, allí donde estemos, la luz eléctrica va a ofrecernos ese artifical sustituto del astro rey. No es preciso malgastar, pero tampoco ser rácanos con algo que puede ayudarnos a superar una sensación física y mental que podría llegar a dominarnos.
Aunque, quizá, tampoco sea yo el más indicado para aconsejar sobre el tema. O quizá, por eso, sí.

9 de septiembre de 2007

Demasiado joven, demasiado viejo

Estoy haciendo un pequeño sondeo laboral para identificar ciertas tendencias en el posicionamiento de empresas ante nuevos retos laborales y percibo, no sin cierta angustia, una tendencia casi esquizofrénica en la que se buscan talentos entre entre 25 y 30 años, con titulación universitaria y, preferiblemente, posgrado, para puestos de responsabilidad con salarios mileuristas o muy próximos. Y esta tendencia no es exclusiva de la empresa española; según estoy sondeando en el mercado laboral de otros paises europeos, las preferencias suelen ser comunes.

Por lo tanto no me sirve la tradicional excusa de que el mercado laboral español está marcada por la cutre visión cortoplacista de muchos empresarios. Aun cuando todavía quede un trecho por recorrer, la empresa española está consolidándose dentro del esquema de globalidad en el que vivimos y del que no podemos sentirnos ajenos. Habrá que buscar otras razones, más globales, para esta tendencia. cierto es que la sociedad española goza de unas peculiaridades que la diferencian en gran medida de los paises del entorno, pero la explosión de la "burbuja hipotecaria" de Estados Unidos nos demuestra que, incluso aquellos problemas que parecen más propios, resultan ser bastante coincidentes.

En el estudio que estoy realizando se aprecia cómo la experiencia es un valor indiscutible, pero tiene que ir ligada a la juventud. Esta contradicción resulta difícil de superar, puesto que quien es joven suele carcer de la experiencia necesaria y quien ya dispone de dicha experiencia ha superado la barrera de edad para la disponiblidad en el mercado laboral. Por supuesto, el rango de edad de más de 45 años está ya reservado para el cementerio de los elefantes y solo la casualidad puede otorgar alguna opción al grupo de 35 a 45.

Así tenemos que se busca experiencia y juventud, a la par que personas bien formadas. La formación puede conseguirse, pero la experiencia no puede ir nunca ligada a la juventud, salvo alguna notable excepción. La fecha de nacimiento no debería ser un obstáculo para moverse en el mercado laboral si no fuera porque el mercado ofrece casi de manera exclusiva salarios que solo gente joven, con la necesidad de engordar su historial profesional, puedan aceptar. Pero, el siguiente paso es el más difícil; cada vez cuesta más armonizar trabajo, salario y experiencia. Cada vez encontramos más agudo el salto al pasar de ser demasiado joven para un incorporarte a un puesto a ser demasiado viejo para poder aceptarlo.

4 de septiembre de 2007

La epidemia más aguda

A pesar de lo que pueda parecer por su título, este artículo no trata sobre medicina o sobre medicamentos. Ni siquiera se refiere a pacientes, hospitales o laboratorios. Más aún, suele afectar a personas perfectamente sanas. No es la primera vez que escribo sobre el tema; me gustaría que fuera la última, aunque esto me parece más bien utópico y, más temprano que tarde, me veré obligado a escribir de nuevo.

No conozco en este Primer Mundo en el que vivimos un factor de riesgo tan agudo como el volante. No existe una causa de mortalidad en nuestro país que se haya llevado en lo que va de año casi 1.900 vidas. Y, como he dicho antes, probablemente todos estaban sanos. Nos estamos acostumbrando demasiado rápidamente a asimilar las estadísticas y a entenderlas como un "juego de números" entre una fecha y otra. Como si fuera un éxito que hayan muerto algunos menos que el año pasado, o un fracaso que sean más que el mes anterior. Detrás de cada cifra habita una tragedia que ha afectado no solo a quienes han perdido la vida sino, muy particularmente, a quienes se ven afectados por la misma en el entorno de cada individuo. ¿Es necesario? ¿Nos tenemos que creer que somos tan irresponsables? ¿Se darán cuenta algún día que las leyes no sirven para nada?

La instauración del carnet por puntos parecía ser la panacea que "salvaría muchas vidas", ya que retiraría de la circulación a aquéllos que fueran irresponsables en su conducción. Ahora ya se lo empiezan a cuestionar. El problema es que solo se plantean los errores del "cómo", no del error en sí. La ley debe ser abierta y no castrante. Que tener un carnet de conducir equivalga a un supuesto concurso en el que, con un poco de suerte, si no te pilla un radar móvil o un helicóptero furtivo, puedas mantener tus puntos no significa que conduzcamos mejor o que las carreteras sean más seguras. La coacción de la ley, la presión de una supuesta competitivdad nunca nos llevará a ningún sitio si no planteamos una educación vial adecuada y, sobre todo, si no tratamos de que nuestras vías sea cada día mejores y más seguras. Pero la seguridad no radica en radares ocultos entre arbustos o colgados de paneles de señalización, sino en que las condiciones sean las más aptas para circular. Quizá debiera haber menos inversión en medidas coercitivas y mejorar el estado de muchas carreteras y calles. Y, sobre todo, educar desde la infancia en que todos formamos parte del sistema de la circulación en beneficio general y no concursantes desafiando los límites para salvar unos puntos.

En fin, quizá será porque cuando conoces a uno o dos de esos mil novecientos, o a alguien de su entorno, te planteas la injusticia de un sistema inútil y te solidarizas con el dolor de la pérdida de uno o dos. ¿Cómo sería el sentimiento si conociéramos a los mil novecientos?

Dedicado a ........ (bueno, solo decirte ánimo y vamos a seguir adelante)
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